viernes, 2 de diciembre de 2011

#4. TRAIDORES

Ruinas de una ciudad de resistencia. Un panorama desolador, donde los edificios antes imponentes que mostraban el poder de los gobernantes parecían los restos de un castillo medieval olvidados en la historia, y donde los hogares de miles de familia habían sido sustituidos por chabolas improvisadas con los restos que iban quedando en las calles.
Ya no había orden, ya no había seguridad, el terror y la ley del más fuerte se imponía hasta en el agujero más recóndito de la ciudad. Había que ser astuto para sobrevivir allí, pensar como un traidor, como un asesino, y sobre todo, no fiarse ni de la propia sombra de uno. No ir armado no era una opción, al menos que quisieras firmar tu propia sentencia de muerte; los niños aprendían rápido a utilizar un arma y las que antes creías cariñosas abuelas, en vez de darte un pedazo de tarta, ahora te apuntaban con un rifle y disparaban antes de preguntar. El amor ya no tenía cabida en ese mundo nuevo, ni siquiera el cariño o la amistad.
El Sol sofocante del verano hacía que el sudor recorriese la frente de Jack, y la sequedad que producía el terreno yermo provocaba que a cada pisada el polvo se aventurase por su garganta, fatigándose más de lo normal. Sólo dos palabras se repetían en su mente: Sed y hambre. Con su fusil en las manos buscaba cualquier indicio de comida y de agua, como un depredador. No recordaba cuánto llevaba sin ver cualquiera de las dos cosas, al igual que no recordaba apenas la vida antes de la guerra; pero ese problema había sido sustituido por el de la supervivencia. La comía era un buen escaso que habían acaparado los dirigentes, tanto de la resistencia como de los traidores y el agua…, ese era un lujo que casi ni ello podían permitirse. ¿Cómo entonces iba a luchar la población por defender sus ideales y su propia vida? La guerra ya no era una cuestión política o ideológica que enfrentaba a dos bandos, era una lucha continua en la que todos peleaban por hacerse con los recursos.
Sed. Hambre. Sobrevivir. Latidos de corazón que se aceleran al oír otros pasos a sus espaldas.
Jack continúo su camino, había aprendido a contar hasta cinco antes de hacer alguna locura que condujera a una muerte instantánea; si llegabas a diez, morías de espaldas, como un perro. Sin embargo esta vez sus cálculos le fallaron, y a pesar de haberse dado la vuelta y apuntado tan rápido como sus reflejos se lo permitieron, un golpe en la cabeza hizo que cayese sobre el suelo.
Una clase de primaria con una pizarra en la que aparecían ejercicios de matemáticas sobre la que una fotografía del presidente Hanniwal se extendía ante el pequeño Jack. Niños sonrientes, felices ante la idea de la proximidad de las vacaciones, hablaban entre ellos y atendían a las explicaciones. Nada hacía presagiar lo que en ese momento ocurriría. La oscuridad sustituyó a la luz, y las risas cesaron. Escombros sobre sus cabezas, sangre manando de sus cuerpos y pitidos en los oídos de los que aún seguían con vida.
Nadie se preocupó por la tragedia de la Escuela Primaria del Oeste, no había tiempo de lamentar los niños muertos, pues cientos de personas murieron ese mismo día en distintos bombardeos a los edificios públicos. Luego aparecieron las enfermedades que se propagaron por los barrios pobres y saltaron con rapidez a los ricos. Y mientras esto ocurría, mítines incendiarios contra el enemigo, batallas campales, ajusticiamientos… El miedo y el odio.
A ellos, a los supervivientes, les internaron en Centros de Curación para sanar sus heridas… Y si alguna vez existió la posibilidad de que cuestionaran la política del gobierno de la resistencia en la guerra, fue borrada mediante un minucioso lavado de cerebro, tanto a niños como a mayores.
Despertó en un cuarto húmedo, con apenas luz y maloliente, cuando una rata le rozó la cara. Notaba presión en las muñecas, dándose cuenta de que estaba encadenado cuando intentó estirarse. Enfrente de él, había alguien sentado en una silla, una mujer diría Jack por la forma de sus piernas; esta suposición la confirmó al levantar la cabeza, mas se sorprendió al ver que la mujer no era más que una muchacha algo menor que él.
-¡Por fin te has despertado! Ya creía que iba a tener que despertarte a golpes…- Exclamó la chica.
Jack se limitó a mirarla sin entender nada. No comprendía como había sido capturado por una chica que era la mitad de corpulenta que él, y mucho menos comprendía por qué no le había matado.
-Vi tu marca.- Señaló su brazo con el pie.- Por eso estás vivo, porque me entró curiosidad. No llegó a comprender cómo un soldado de la resistencia abandona su causa… Creía que erais como fieles perros de vuestros amos.
Jack seguía desconcertado. Le dolía la cabeza y las arcadas no cesaban, lo que dificultaba su pensamiento. Sólo podía observar, y a duras penas; sin embargo pudo advertir el tatuaje de su tobillo, escupiéndole a la cara un “¡Traidora!” que fue respondido por ella con una patada sin miramientos.
-No sé aquí quién es más traidor, si tú o yo.- Añadió con desprecio.- Y bien, ¿me vas a contar por qué desertaste o te mato directamente?
Jack lo meditó mientras se recuperaba de su segundo golpe. Iba a morir igual, hablar un poco más tampoco le haría daño, y además podría darle tiempo. No obstante, había algo que no terminaba de encajarle.
Comenzó por su estancia en el Centro de Curación, y cómo después de más de dos años salió, encontrándose que sus padres habían huido con sus hermanos. Al sentirse abandonado, buscó refugio en cualquier sitio, hasta dar con un centro de formación de soldados, y allí aprendió a hacer lo que nadie de su familia hizo antes: defender su patria. Matar se convirtió en su profesión con apenas 15 años y no dejó de hacerlo hasta que, tras llevar a cabo un ajusticiamiento, fue a la casa de los fusilados a coger el botín que considerarse y descubrió que aquella era su familia, y que no habían dejado de buscarle en aquellos 10 años para intentar salvarle del futuro que ellos auguraban que le ocurriría, y que así pasó.
-Enternecedor…- Se burló la chica.- Un placer haberte conocido.
Apoyó su magnum en la cabeza de Jack, quitando el seguro, y cuando estaba a punto de disparar, Jack le preguntó por su historia en un intento de alargar su mísera vida unos minutos más.
-La resistencia también mató a mis padres, y tú mataste a mi hermana. Creí que si te escuchaba podría perdonarte la vida, pero no. Los rebeldes me enseñaron bien a cumplir mis promesas, y yo prometí matarte.
-¿Tu hermana? Yo no conocía a tu hermana- Se apresuró a decir Jack, aunque ni siquiera podía asegurar de que fuera verdad.
La chica se rio y cogiéndole de la barbilla, le dijo mirándole a los ojos:
- A Effy la secuestraste, y después de divertirte con ella, le disparaste y la abandonaste en medio de la calle mientras terminaba de desangrarse en una agonía interminable.- Acusó con odio y desprecio.- Y eso es lo que voy a hacer contigo.
Acto seguido se oyó un disparo procedente de la pistola de la chica y la sangre comenzó a fluir. Sus cuerpos se separaron lentamente, pero no cayó el de Jack, sino el de ella.
Mientras hablaba, había cometido el error de bajar la guardia, lo que aprovechó Jack para coger el magnum que poco a poco había ido bajando; después de todo, habían sido muchos años de entrenamiento. Una vez liberado, acabó rápido con la vida de la chica con otro disparo y salió a la calle.
El Sol comenzaba a asomarse por el horizonte. Todo seguía igual, el mismo silencio que delataba a los que se encontraban en la sombra y luchaban por su vida, la misma miseria de siempre, el mismo terror que reinaba desde hacía ya tantos años que se tenía la impresión de que era así desde tiempos inmemoriales… Jack se vio con el revolver aún en la mano, y se preguntó por qué había matado a aquella chica si ahora pensaba utilizar ese arma contra él mismo. Instinto, se dijo; el problema era que la sociedad ya sólo actuaba por instinto, perdiendo la categoría de civilización. ¿Qué sentido tenía continuar en un mundo así?
Jack miró la sangre que aún tenía la pistola y pensó por última vez en aquella chica y en su hermana. Y con abatimiento y frialdad, como castigo por todos sus pecados pero sin ánimo de arrepentimiento, apretó el gatillo.
Ya no había guerra, ya no había mundo. Sólo oscuridad y descanso.